De almas y paraísos Cuentan los que se dedican a trajinar con los cadáveres, que, lo último que hacemos los inminentes finados en el postrer aliento de nuestras vidas en el que se nos aflojan los esfínteres, es defecar. Nos cagamos encima, vamos. Y digo yo, ¿no será en ese momento escatológico, cuando el alma abandona el cuerpo, cuando huye, vía intestinal, ese ente incorpóreo, intangible, invisible, al que sus creyentes llaman alma? Dado que no existen datos empíricos que corroboren su existencia, dado que esa evidencia empírica nos confirma que un cadáver no es sino materia orgánica en descomposición, podríamos conjeturar que, si por convicción o esperanza, aceptamos la existencia de ese hálito, esa aura, parece evidente que, en el último instante, deserta, se escabulle de nosotros como (nunca mejor dicho) alma que lleva el diablo (o el dios más oportuno, allá cada cual con su religión) Los únicos que lo tenemos mal somos los ateos, que no tenemos ningún espíritu que vuele lejos al m...